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Desde tiempos ancestrales, la humanidad ha mirado hacia el futuro con una mezcla de esperanza y temor, especulando sobre el posible fin de los días. Profecías, cataclismos naturales y eventos astronómicos han alimentado la imaginación colectiva, creando una fascinación casi universal por el apocalipsis.
En 1960, el físico Heinz von Foerster, junto a Patricia Mora y Lawrence Amiot, publicaron un estudio en la revista Science que predecía el fin de la humanidad para el 13 de noviembre de 2026. El artículo, titulado “Doomsday: Friday, 13 November, A.D. 2026”, presentaba un modelo matemático que señalaba la sobrepoblación como la causa principal del colapso. Según este modelo, el crecimiento exponencial de la población llevaría a un agotamiento de los recursos y, en consecuencia, a una catástrofe global.
A medida que nos acercamos a la fecha pronosticada, es inevitable preguntarse si esta predicción era acertada. Aunque la idea de un colapso inminente en 2026 parece cada vez más remota, el estudio de Von Foerster no debe ser descartado por completo.
El “Día del Juicio Final”, como fue bautizado por algunos medios, causó conmoción y debate en la comunidad científica y en la opinión pública. La idea de que la humanidad estuviera a punto de extinguirse era aterradora y parecía confirmar los peores temores de aquellos que ya advertían sobre los peligros del crecimiento descontrolado.
Si bien la fecha exacta del colapso puede haber sido errónea, los desafíos planteados por el crecimiento poblacional siguen siendo altamente relevantes. La sobreexplotación de los recursos naturales, el cambio climático y la desigualdad social son problemas que amenazan la sostenibilidad de nuestro planeta.
La humanidad tiene una oportunidad única para corregir su rumbo y evitar los escenarios más oscuros, no basándose en el miedo a un día específico, sino en un compromiso real con la sostenibilidad global.
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