Colombia
Antes de conquistar los charts nacionales, el Cantante del Ghetto paisa vivió una etapa de sacrificio y trabajo incansable lejos de su país. Descubre cómo las largas jornadas laborales se transformaron en el combustible para sus primeros grandes éxitos.
Publicado:
Por: Erika Mesa Díaz
Creativa Digital
La historia de Ryan Castro es un testimonio de perseverancia y dedicación. Antes de los escenarios masivos y los millones de streams, el artista paisa enfrentó realidades adversas que moldearon su disciplina.
Su paso por Curazao no fue de vacaciones ni de giras; fue una etapa de trabajo duro, sacrificio y una fe inquebrantable en su música, donde las largas noches como vigilante se convirtieron en su improvisado estudio de composición.
Según lo que Ryan Castro le contó a más reciente edición de la revista Rolling Stone Colombia, él llegó a Curazao con un objetivo claro: reunirse con su madre y buscar nuevos horizontes para su carrera musical. No llegó como una estrella musical en ascenso o con un proyecto para promocionar: era solamente un joven dispuesto a trabajar en lo que fuera necesario para ganarse la vida.
Su viaje fue posible gracias al dinero que ahorró tras cantar en los buses y calles de Medellín, una etapa que define como su escuela principal. Luego, en sus cuatro años en Curazao, vivió con su familia solamente durante el primero.
Su independencia lo llevó a desempeñarse en múltiples oficios para sostenerse. Trabajó como mesero en restaurantes y, posteriormente, consiguió un empleo como vigilante de seguridad. Castro ahorraba cada peso de su salario para invertirlo en su verdadera pasión: grabar música y financiar su proyecto artístico.
El turno del celador Ryan Castro era nocturno. Laboró de ocho de la noche a seis de la mañana, todos los días, durante dos años. Este horario invertido representaba un desafío personal, ya que sentía que su tiempo se le escapaba mientras otros dormían.
Sin embargo, él transformó esa percepción de pérdida en una oportunidad única para crear. En lugar de dejar pasar las horas, Castro adoptó una rutina productiva. "Para no perder el tiempo, les decía a mis amigos que me enviaran pistas, y toda la noche me la pasaba componiendo”, le confesó a la revista musical.
Así, equipado con sus audífonos y su determinación, dedicaba su tranquila jornada laboral a componer canciones. Esas largas horas de vigilia se convirtieron en el semillero de los éxitos que después resonarían en Colombia.
El punto de quiebre en la carrera de Ryan Castro fue tan irónico como inesperado. Mientras trabajaba en Curazao, sus canciones empezaron a sonar con fuerza en su país natal. Él mismo confesó su sorpresa al ver que temas que antes no superaban las 50 mil reproducciones, de pronto alcanzaban uno, dos e incluso tres millones de streams sin ninguna promoción pagada.
El fenómeno creció de forma orgánica y acelerada. En poco tiempo, sus números escalaron a 30 millones de reproducciones. Ese éxito le permitió regresar a su tierra no como el cantante de buses, sino como una figura emergente de la música urbana.
La historia de Ryan Castro en Curazao es mucho más que una anécdota; es una lección sobre cómo la disciplina y la perseverancia pueden moldear el destino. Lejos de los reflectores, el artista usó cada momento libre para invertir en su sueño. Su éxito no es un golpe de suerte, sino el resultado de un trabajo constante y enfocado, incluso en las circunstancias más adversas.