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En la portada del nuevo álbum de Bad Bunny, "Debí tirar más fotos", un par de sillas vacías frente a una plantación de plátano roban el protagonismo. Estas sillas, tan comunes como subestimadas, representan mucho más que un asiento: son un ícono universal del diseño práctico y democrático. Aquí exploramos su origen, expansión y cómo lograron un lugar en nuestra vida diaria.
La silla monobloc se llama así porque se fabrica en una sola pieza, al inyectar resina plástica en un molde a altas temperaturas. Es ligera, apilable, barata y resistente a la intemperie. Estas cualidades la han convertido en el mueble más popular del mundo.
Desde terrazas y eventos hasta playas y balcones, estas sillas están en todas partes. Aunque no siempre destacan por su diseño y hay quienes las consideran como lo opuesto a la elegancia, son un ejemplo de accesibilidad y funcionalidad.
Los registros dicen que la primera silla monobloc fue hecha por el diseñador canadiense D. C. Simpson en 1946. Sin embargo, para aquel entonces todavía no existían las herramientas para producirlas en masa y la idea quedó en pausa por un par de décadas, hasta la aparición de la silla cantilever en los años 60.
La producción de las sillas monobloc comenzó en 1967, gracias a la empresa Grosfillex y el diseñador italiano Vico Magistretti, quien tomó inspiración de diseños previos. Sin embargo, Henry Massonnet perfeccionó el modelo en 1972 con el "Fauteuil 300". Este modelo mejoró la fabricación para que fuese rápida y económica. Así nació un ícono que revolucionó la industria del mobiliario.
En Colombia, estas sillas se conocen como "Rimax", en honor a la empresa de plásticos fundada en 1953 por Isaac Gilinski y su familia, una de las más acaudaladas del país: además de esta marca icónica, son fundadores de Yupi y propietarios de empresas como Revista Semana y el banco GNB Sudameris.
Rimax se convirtió en un referente de calidad en objetos plásticos y se posicionó como uno de los mayores productores en el país. Su legado forma parte de la historia de muchos hogares colombianos, al punto de desplazar la palabra "monobloc" definitivamente.
Más allá de su funcionalidad, la silla monobloc tiene un impacto cultural significativo. Su presencia en la portada del álbum de Bad Bunny recuerda su conexión con momentos cotidianos y nostálgicos de la vida latinoamericana. Aunque a veces las critican por su estética simple, estas sillas simbolizan la democratización del diseño: un objeto útil al alcance de todos.
En Colombia y otros países, las sillas monobloc representan reuniones familiares, charlas al aire libre y eventos comunitarios. Su capacidad de adaptarse a diferentes contextos las consolidó como un elemento esencial de la vida urbana y rural.
En su sencillez, estas sillas nos recuerdan que lo práctico y accesible puede tener un impacto duradero. La próxima vez que te sientes en una, piensa en la historia y el ingenio detrás de este humilde pero poderoso ícono.
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